Nuestra hermosa vocación

Muy amados hijos en Nuestro Señor:  

En la presente circular me propongo hablaros de nuestra hermosa vocación.

1. Como lo dice la misma palabra, vocación es un llamamiento, pero llamamiento de Jesús a seguirlo.

Nuestro Señor nos ha llamado a ser Misioneros para que seamos sus auxiliares en la obra de la salvación de los hombres, para que de veras seamos santos y santificadores.

Jesús, en un día feliz, dijo a cada uno de los futuros Misioneros, aunque de distinta manera: “Ven, sígueme”… Ese día fue el de nuestra vocación.

Y, al entrar al noviciado, correspondisteis al llamamiento de Nuestro Señor.

¡Fuimos todos y cada uno, elegidos por Dios!

Elección divina, siempre inmerecida, y que, por lo mismo, manifiesta mucho más la infinita misericordia de Dios para nosotros.

2. ¡Qué hermosa vocación la nuestra, mis amados hijos!

¡Oh, la Vocación, el llamamiento de Dios! ¿Quién comprenderá, en este mundo, lo grande, lo sublime, lo divino que es?

3. Un día vimos brillar, en el fondo de nuestra alma, una luz pequeña… ¡Esa luz era nuestra vocación!… ¡No empezó nunca a brillar… un día la vimos, nosotros, brillar!…

¡Pero brilló esa lucecita, desde la eternidad, en Dios, en el Corazón de Dios, en el amor que ha tenido para cada miembro de esta amadísima y misteriosa familia de Adán y Eva!

¡La gratitud es el aire que respiran nuestras almas! Nosotros sabemos cómo nacimos, y nos sentimos privilegiados entre todos…

¡Oh sí, nuestra vocación, la vocación de cada uno de nosotros, fue un acto especial del amor de Dios!

4. El amor se paga con amor, y no se puede pagar de otra manera… Pero ese acto de amor especial de todo un Dios, ¿acaso se puede agradecer plenamente de alguna manera? No, pues es infinito, diré, como el mismo Dios. El único modo de agradecer la gracia de nuestra Vocación es el don completo,  hecho a Dios, nuestro Padre amantísimo, de todo lo que somos.

Don completo de nosotros mismos a nuestra amada Congregación, para sacrificarnos por ella hasta el último suspiro. Esfuerzos incesantes de todos para su perfección, que es la de cada uno de sus hijos.

Félix de Jesús, M.S.S.

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