Estilo de vida

Nuestro nombre, Misioneros del Espíritu Santo, «es todo el programa de nuestra vida religiosa y sacerdotal».

Nuestro espíritu y nuestra misión fundamentan y exigen un modo peculiar, un estilo de vivir nuestra consagración a Dios y de realizar nuestra misión en la Iglesia. Nuestro fundador lo sintetizaba así: «Ante todo contemplativos y después hombres de acción».

Esto exige que seamos hombres de oración, atentos amorosamente a Dios, hasta lograr que la oración domine toda nuestra vida y así estaremos continuamente bajo su influencia.

Debemos dar el primer lugar a la contemplación, no sólo en la teoría sino en la práctica concreta de la vida. Es imposible realizar nuestra misión si nuestra acción apostólica no se deriva de la abundancia de la contemplación.

La Eucaristía prolonga y actualiza la ofrenda sacerdotal de Cristo. Por eso nuestra vida litúrgica es intensa y culmina en la celebración de la Santa Misa. La fidelidad a la adoración eucarística ocupa un lugar primordial en nuestra vida religiosa.

Llamados por Dios a participar de la misma vocación, formamos una sola familia, en comunión de personas, con un mismo espíritu e idéntica misión. Por eso, en nuestras comunidades buscamos vivir unidos por el vínculo de la caridad, teniendo como los primeros cristianos un solo corazón y una sola alma.

Vivimos y trabajamos en comunidad. Ésta es como una familia en la que todos nos ayudamos a ser fieles a Dios y a trabajar en favor de los demás.

Somos una congregación religiosa de vida apostólica. Nuestra acción apostólica brota de la contemplación.

Como religiosos seguimos radicalmente a Jesucristo Sacerdote y Víctima. Esto exige la entrega total de nuestra persona a Dios, por la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Exige también que colaboremos con Jesucristo en construcción del Reino.

Estamos consagrados de manera especial al Espíritu Santo; somos sus misioneros.

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