Como toda congregación religiosa, tenemos nuestro carisma, es decir, nuestra manera particular de entender a Jesús, interpretarlo y seguirlo, que se traduce en una espiritualidad llamada Espiritualidad de la Cruz.
Nuestro carisma es sacerdotal y lo formulamos así:

«Ser memoria viva del modo de ser y actuar de Jesucristo, sacerdote y víctima, contemplativo y solidario, que da su vida por los demás»
Imitamos su estilo de vida viviendo los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
En otras palabras, somos un grupo de hombres que, tras descubrir a Jesús como el Señor de nuestras vidas, nos hemos apasionado por su estilo de vida: cercano y disponible para todos; enamorado del Padre, que es bondad y misericordia; dedicado al servicio de todos, especialmente a los que sufren; hombres que arriesgan y ofrecen su vida por el Reino y se entregan hasta la muerte porque «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).
Llamados por Dios a participar de la misma vocación, somos una sola familia, en comunión de personas, con el mismo espíritu y misión. Por ello, buscamos vivir en nuestras comunidades unidos por el vínculo de la caridad, como los primeros cristianos, con un solo corazón y una sola alma.
Somos una de las cinco Obras de la Cruz (fundadas por la Venerable Concepción Cabrera) y miembros de la Familia de la Cruz, por lo que compartimos esta espiritualidad sacerdotal con muchos otros hombres y mujeres de la Iglesia.
La Cruz del Apostolado
La Espiritualidad de la Cruz se expresa y sintetiza simbólicamente en la Cruz del Apostolado, que es la Cruz Sacerdotal de Jesús. Como nos lo narra la misma Conchita en su autobiografía, esta le fue revelada en 1894:
«Sin yo pretenderlo ni esperarlo, se comenzaron a multiplicar las ocasiones en que se me presentaba esta cruz, durante dos meses o mas, al grado de que ya no sólo en la oración sino que a muchas horas del día y de la noche, en donde quiera, y aún en medio de mis ocupaciones, aquella cruz me salía al encuentro.”