Historia de la Espiritualidad de la Cruz

Origen

El origen de la Espiritualidad de la Cruz se sitúa el 14 de enero de 1894, cuando Concepción Cabrera de Armida se grabó el monograma.

Conchita nunca pretendió crear una espiritualidad; simplemente vivió el seguimiento de Jesús con especial intensidad. De esta vivencia se desprendió la Espiritualidad de la Cruz como un efecto no buscado por Conchita.

Conchita no se puso a seleccionar los aspectos de la espiritualidad cristiana que quería resaltar; sino que a ella se le reveló Jesús como sacerdote que ama al hombre hasta el extremo de dar la vida para salvarlo.

La Espiritualidad de la Cruz no se inicia como “un todo” doctrinal y práctico perfectamente organizado, sino como un modo concreto de seguir a Jesús: el modo de Concepción Cabrera de Armida.

Cuando se van fundando una a una las Obras de la Cruz, es necesario hacer una formulación —inicial y parcial— de la espiritualidad que Conchita da como herencia a esas Obras. Se habla entonces de “el espíritu del Apostolado de la Cruz” de “la espiritualidad de las Obras de la Cruz” y de “el espíritu de la Cruz” como sinónimos de Espiritualidad de la Cruz.

El término “espiritualidad de la cruz” es anterior a Conchita; en la historia de la Iglesia se ha utilizado para designar diferentes formas o elementos de la espiritualidad cristiana. Ese término —usado en sentido estricto— sirve también para identificar la espiritualidad dada por Dios a la Iglesia a través de la Sra. Concepción Cabrera de Armida.

Espiritualidad cristiana y Espiritualidad de la Cruz.

Para entender la Espiritualidad de la Cruz hay que decir una palabra sobre la espiritualidad cristiana, ya que aquélla es una forma específica de ésta.

La espiritualidad cristiana no es un conjunto de prácticas espirituales ni un bagaje de doctrina o prescripciones morales. Es, más bien, una espiritualidad del seguimiento de Jesús como se propone en el evangelio.

El peligro de toda espiritualidad es que deje de ser auténticamente cristiana. Desgraciadamente esto no ha sido algo excepcional en la historia de la Iglesia. Por eso es necesario verificar el aspecto cristiano de toda espiritualidad.

Dentro de la espiritualidad cristiana pueden existir —y de hecho existen— distintas espiritualidades: la espiritualidad Franciscana, la espiritualidad Carmelitana…

Lo que da origen a las distintas espiritualidades en la Iglesia es la dimensión de la persona de Jesús que cada espiritualidad enfatiza. Se trata de enfatizar y no de escoger. Una determinada espiritualidad no escoge un aspecto de la vida de Jesús dejando de lado los demás; sino que enfatiza uno, desde el cual busca vivir el seguimiento total de Jesús. Es el eslabón que se toma para jalar toda la cadena.

Así como la Espiritualidad Franciscana enfatiza la pobreza de Jesús, la Espiritualidad de la Cruz enfatiza su sacerdocio; éste es el elemento que la caracteriza como una espiritualidad específica.

Podemos decir, por tanto, que la Espiritualidad de la Cruz es la espiritualidad del seguimiento de Cristo Sacerdote y Víctima.

Elementos de la Espiritualidad de la Cruz.

Existen otros elementos por los que una espiritualidad se diferencia de las otras. Cada espiritualidad acentúa determinadas verdades de la fe, prefiere algunas virtudes según el ejemplo de Cristo, persigue un fin secundario específico y se sirve de particulares medios y prácticas de piedad.

Las verdades de la fe que acentúa la Espiritualidad de la Cruz están íntimamente relacionadas con el sacerdocio de Cristo. Entre otras podemos hablar de la voluntad del Padre de salvar a todos los hombres, la encarnación del Verbo, el misterio pascual, el don del Espíritu Santo, el sacerdocio común de los fieles, el consuelo al Corazón de Jesús, la Soledad de María y la solidaridad salvífica de Jesús sacerdote.

El sacerdocio de Cristo también matiza el modo como el creyente se relaciona con cada una de las Divinas Personas. Según la Espiritualidad de la Cruz la Iglesia es entendida como pueblo sacerdotal, signo y fermento del Reino. El cristiano es visto como sacerdote: por el bautismo y la confirmación participa del único sacerdocio de Cristo. La liturgia es vivida como ejercicio actual del sacerdocio de Cristo. Particular relieve se le da a la celebración de la Eucaristía. El modo específico de orar es la adoración eucarística. Por su relación con el sacerdocio de Cristo, algunas fiestas litúrgicas tienen especial importancia: el Triduo Pascual, Jesucristo sumo y eterno sacerdote, Corpus Christi, el Sagrado Corazón, la Presentación del Señor, Pentecostés, Nuestra Señora de los Dolores, la Santa Cruz…

Además de las virtudes teologales (fe, esperanza y amor) que son esenciales para que una espiritualidad pueda llamarse cristiana, las virtudes características de la Espiritualidad de la Cruz son amor, pureza y sacrificio, porque éstas son las virtudes de Cristo sacerdote y víctima. El autor de la carta a los Hebreos nos dice que «Cristo, por el Espíritu Santo (amor) se ofreció a sí mismo (sacrificio) inmaculado a Dios (pureza)» (Hb 9, 14).

Vivir la Espiritualidad de la Cruz significa amar hasta el extremo de dar la vida por la salvación de los hombres.

El fin secundario de toda espiritualidad es la santificación de aquellos que la viven para que puedan colaborar con Cristo en la salvación de todos. Específicamente la Espiritualidad de la Cruz entiende la santidad como la transformación en Cristo Sacerdote y Víctima. La forma de colaborar en la obra de la salvación, según esta Espiritualidad, será ponerse al servicio de la mediación de Cristo sacerdote, a fin de acercar la salvación a todos los hombres. En la medida de la transformación en Cristo se podrá colaborar con Él en su obra salvadora.

La práctica característica de la Espiritualidad de la Cruz es la «cadena de amor». Es el modo existencial de vivir el sacerdocio común, esto es, nuestra participación en el sacerdocio de Cristo.

Consiste en ofrecer constantemente a Jesús al Padre y ofrecerse uno a sí mismo juntamente con Cristo, por manos de María, para la salvación de los hombres y santificación de los sacerdotes.

Aunque existen diversas maneras de hacer este ofrecimiento sacerdotal-victimal, la forma privilegiada es repetir las palabras: «Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre», corroborando esta ofrenda con la entrega existencial de la propia vida en favor de los hermanos.

Evolución de la Espiritualidad de la Cruz.

Cuando hablamos de «Espiritualidad de la Cruz» con frecuencia nos referimos a un cuerpo de doctrina que designamos también como «mensaje de la Cruz» o «doctrina de la Cruz». Esta doctrina no es un elemento limitado y estático. Es, más bien, una formulación teológica en constante evolución; un mensaje que al ser reflexionado y transmitido crece y se enriquece; un carisma que al vivirlo se actualiza y se reformula; una doctrina que al ponerse en contacto con la realidad y en diálogo con la historia adquiere nuevas dimensiones y se le descubren implicaciones antes insospechadas. Es una serie de fuentes doctrinales y escritos que sigue creciendo.

En este sentido es importante tener en cuenta la evolución que ha tenido la doctrina de la Cruz a través de su historia. Incluso hablando sólo de los escritos de Conchita, no tiene igual valor un texto escrito antes del 25 de marzo de 1906, cuando Conchita recibe la encarnación mística, que otro posterior a esa fecha. También puede percibirse la diferencia que hay entre un texto redactado en el tiempo de dirección espiritual con el P. Mir, que otro escrito durante la dirección de Mons. Martínez.

Para hablar sobre el sentido que un término clave tiene en la doctrina de la Cruz (por ejemplo “sacerdote”, “pureza”, “cruz”), al menos habría que tener en cuenta el significado —o los significados— que ese término va teniendo en la Cuenta de conciencia; incluso hay conceptos que a lo largo de la vida de Conchita sufrieron no sólo una evolución sino una verdadera transformación (por ejemplo “la humildad” o en qué consiste “ser víctima”). Muy útil sería también ver el sentido que le dan a esos términos otros autores cuyos escritos, además de los de Conchita, podemos considerar fuentes doctrinales de la Espiritualidad de la Cruz (por ejemplo, cómo entiende “la obediencia” el P. Félix Rougier, o “la sencillez” el P. Moisés Lira, o “las miserias” Mons. Martínez o “la gratitud” el P. Pablo Guzmán…).

La Espiritualidad de la Cruz nace el día que Conchita se grabó el monograma. Es sólo el origen, pero desde entonces hasta hoy se ha ido desarrollando.

La fuente de esta Espiritualidad es Concepción Cabrera de Armida: su vida, sus escritos y las Obras que promovió.

Un segundo nivel está formado por el P. Félix Rougier, msps., Mons. Ramón Ibarra, Mons. Luis Ma. Martínez y —hasta cierto punto, también— el P. Alberto Mir, sj. Cada uno de ellos, con su propia vivencia y sus escritos, enriqueció y desarrolló la Espiritualidad de la Cruz.

Un tercer nivel lo integran varias personas que han descubierto nuevos matices en la Espiritualidad de la Cruz o han ayudado a profundizarla y difundirla. Entre los fundadores podemos nombrar a Mons. Felipe Torres, a los PP. Moisés Lira, Edmundo Iturbide, Pablo Guzmán, a la M. Ana Ma. Gómez… Y entre los escritores, a los PP. J. Guadalupe Treviño, Félix Ma. Álvarez y Jesús Ma. Padilla.

Y un cuarto nivel lo formamos todos los que hoy vivimos esta Espiritualidad como carisma propio, sea individualmente o en cualquiera de las instituciones de la Familia de la Cruz; ya que con nuestras reflexiones, conferencias, escritos y sobre todo con nuestra vivencia estamos colaborando a que la Espiritualidad de la Cruz se actualice, desarrolle, enriquezca y difunda.

La Espiritualidad de la Cruz es un don del Espíritu Santo a la Iglesia universal; es una realidad dinámica en extensión:

«La Espiritualidad de la Cruz surge de México y en el siglo XIX, con unas características acordes a la realidad y situaciones sociales del lugar y del tiempo, capaces de impregnarlas de sentido cristiano y de transformar así esas mismas realidades. Pero no podemos caer en la tentación cómoda y fácil del reduccionismo; la Espiritualidad de la Cruz no es exclusivamente para México ni para el siglo XIX. Surge con las miras de universalidad y de futuro propias del hecho de ser una espiritualidad evangélica. Y de este hecho brota como necesidad y urgencia la permanente actualización del mensaje y de su vivencia» (P. Cecilio Félez, MSpS).

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