La meta

El camino de todo Misionero del Espíritu Santo tiene una meta: transformarse en Cristo Sacerdote y Víctima. Nuestro seguimiento de Jesús es radical, busca la raíz misma del ser cristiano, por medio de una identificación con los sentimientos sacerdotales de Cristo: el amor a su Padre y el amor a todos los hombres y mujeres; amor que se entrega, amor que salva, amor que da la vida.

Meta luminosa que orienta nuestro camino, el cual, como el de Jesús, debe ser un camino de vida y salvación.

El guía supremo es el Espíritu Santo, el mismo que ungió a Jesús como Sacerdote y que lo condujo por los caminos que el Padre le había señalado. Ese Espíritu de amor nos lleva a imitar a Jesús en su amor obediente al Padre y en su amor humilde a los hermanos, en su pureza y en la santidad de su vida, para ejercer nuestro sacerdocio espiritual ofreciéndolo y ofreciéndonos con Él.

El modelo es María, la Virgen sacerdotal, a quien profesamos un amor filial en el misterio de sus dolores, especialmente los de su Soledad.

Todos los Misioneros del Espíritu Santo, los novicios, los hermanos estudiantes, los hermanos coadjutores, los diáconos permanentes y los sacerdotes, seguimos ese camino porque todos, según el propio carisma, queremos identificarnos con Jesús Sacerdote y Víctima.

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