Por el Espíritu Santo…

El Espíritu Santo ungió a Cristo como sacerdote en la encarnación. Lo impulsó a cumplir su obra redentora y fue el don que Jesús recibió del Padre para derramarlo sobre el mundo y santificar a la Iglesia.

Este divino Espíritu, que habita en nuestros corazones, nos transforma en ofrenda permanente con Jesús crucificado y nos lleva al conocimiento pleno del misterio de Dios y de la cruz.

Él, que distribuye sus carismas como quiere, nos ha escogido para asociarnos por la cruz a su misión de Santificador y nos ilumina e impulsa para que vivamos y ayudemos a los demás a vivir el espíritu de Cristo Sacerdote y Víctima.

Por eso nuestra vocación nos consagra de manera especial al Espíritu Santo y nos exige que seamos devotísimos de este divino Espíritu y dóciles a sus inspiraciones.

La solemnidad titular de la Congregación es Pentecostés.

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