Seguimiento de Jesucristo Sacerdote y Víctima
Cristo Jesús, Pontífice misericordioso, herido a causa de nuestras culpas, por el Espíritu Santo se ofreció a Sí mismo inmaculado a Dios, para expiar el pecado del mundo y santificar a su Iglesia.
Los Misioneros del Espíritu Santo debemos vivir intensamente como propio, el espíritu de Cristo Sacerdote y Víctima (CD 35-36).
Verdaderamente la vida consagrada es memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, Sacerdote y Víctima (cf VC 22). Por eso necesitamos convertirnos a Él de todo corazón, modelando cada día más nuestra vida a su persona y a su proyecto. Desde hace tiempo hemos insistido en la doble dimensión, contemplativa y solidaria, de su sacerdocio victimal que necesitamos vivir y seguir profundizando.
Pensar en Cristo Sacerdote y Víctima nos conecta con nuestros orígenes. La figura evangélica de Jesús, iluminada por la doctrina y la experiencia de Concepción Cabrera de Armida y por la vivencia del P. Félix Rougier, el hombre de fe que Dios nos dio como Fundador, viene a dar un marco de referencia existencial e histórico a nuestros orígenes.
Vivir el sacerdocio de Cristo implica una doble dirección, hacia Dios y hacia el hombre: todo para Dios, en una actitud de fidelidad y obediencia, de entrega y contemplación; todo para el hombre, como el Salvador, en una actitud de misericordia y de servicio, de testimonio y de solidaridad fraterna.
Seguir a Jesús Sacerdote y Víctima implica una relación de intimidad con Dios y una apertura para descubrir los signos de los tiempos y así servir a todos los hombres.
Entendemos la dimensión sacerdotal de Jesús desde el aspecto existencial: su sacerdocio fue toda su vida, su actitud permanente de ofrenda, su vida constantemente ofrecida y entregada. El cúlmen de esta entrega se realizó por su sacrificio en la cruz, hasta dar la vida.
La solidaridad salvífica del seguimiento de Jesús Sacerdote exige nuestra entrega incondicional en
favor de los hermanos, y se realiza plenamente en la ofrenda existencial y solidaria de la vida.
Contemplamos cuatro momentos claves en la unción sacerdotal de Cristo: la Encarnación: ¡He aquí que vengo —se me ha prescrito en el rollo del Libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad!… holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron… Entonces dije:
He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad (Hb 10,7-9); el Bautismo en el Jordán: …el Espíritu en forma de paloma bajaba a Él. Y vino una voz de los cielos: «tú eres mi hijo amado; en ti me complazco» (Mc 1,10-11). El Espíritu del Señor sobre Mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,18-19);
Getsemaní y la cruz : ¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! (Hb 9,14); la Glorificación: Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís (Hch 2,33).
Lo victimal se comprende en relación con la opción que fundamenta la vida de Jesús: disponibilidad para buscar, discernir y realizar la voluntad de Dios y llevarla a su extremo cumplimiento (cf Hb 10,7; Flp 2,8). Esto supone en Jesús la continua ofrenda de su vida que lo lleva hasta la cruz.
La actitud victimal de Jesús consistió en ser ofrenda personal y existencial en favor de la salvación de los hombres.
Jesús realiza el movimiento de reconciliación con Dios que crea una nueva forma de relación entre los hombres y Dios. El sacerdocio de Jesucristo es el camino de la relación entre Dios y los hombres: es comunión.
Así pues, ser “víctima viva” (Rm 12,1) implica desgastar la propia vida en favor de la salvación de los hombres y esto en permanente discernimiento.
El ministerio sacerdotal de Jesús es acercar la misericordia de Dios a los hombres, en especial a los más necesitados (cf Flp 2,6-11; Ex 3,7-12).
Desde el amor de Jesucristo, nos corresponde acercarnos a las víctimas de la historia, para hacerles cercana su misericordia y promover la vivencia del sacerdocio bautismal.
La forma peculiar de vivir nuestra unión con Cristo en su oblación redentora es la Cadena de Amor y la atención amorosa (cf CD 55).
Al decir que Jesús es solidario, nos conectamos con toda la corriente patrística y teológica. La solidaridad nace cuando el Verbo asume nuestra humanidad, una solidaridad que lo hace entrar en comunión con todo el género humano (cf GS 22, DVi 50, RH 10,13); esta solidaridad es en orden a la salvación de los hombres.
Cristo Sacerdote y Víctima perpetúa su acción salvífica entre nosotros a través del memorial de la Eucaristía.