La formación se ordena a guiarnos personal y comunitariamente hacia la transformación en Cristo Sacerdote y Víctima, y nos capacita para vivir nuestro estilo de vida y desempeñar adecuadamente nuestra misión.
Esa formación ayuda a cada uno a responder a su llamamiento personal dentro de la Congregación como sacerdote, diácono permanente o hermano coadjutor.
Cada Misionero es el primer responsable de su formación y por eso debe tener una actitud fundamental de correspondencia al Espíritu Santo, de disponibilidad a su gracia y de apertura a los signos de la voluntad de Dios.
Nuestra vocación exige una formación integral que abarque las siguientes áreas:
•Vida consagrada y carisma
•Humana
•Intelectual
•Pastoral
La evolución de nuestra persona requiere una formación progresiva que se desarrolla en las siguientes etapas:
◦Postulantado (de 3 a 9 meses)
◦Noviciado (2 años)
◦Filosofía (3 años)
◦Etapa de formación en el servicio apostólico (2 años)
◦Teología (4 años)
Terminada la formación básica comienza la formación permanente, en la que el Misionero del Espíritu Santo se renueva, a lo largo de la vida, en las áreas espiritual, humana, intelectual y pastoral.