«Mientras Jesús caminaba por la orillas del mar de Galilea, vio a dos hermanos: uno era Simón, llamado Pedro, y el otro Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al mar. Jesús los llamó: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Al instante dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4,18-20).
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Rasgos del P. Félix Rougier que atraían a los jóvenes
Sin duda que el rasgo que más impresionaba a los jóvenes era su bondad. Félix de Jesús era un hombre bueno, un verdadero sacramento de la bondad del Padre celestial. Acercarse a él significaba entrar en contacto con lo divino. Su persona ejercía un irresistible atractivo hacia Dios. Fueron muchos los que al verlo, al escucharlo, al dialogar con él sintieron el deseo de ser como él, de seguir a Jesucristo como Misioneros del Espíritu Santo.
Otro rasgo de Félix de Jesús, que atraía mucho, era la amabilidad seria, que tanto nos recomendaba.
Cuando el P. Félix hablaba sobre nuestra Congregación lo hacía con sencillez, sin pretender deslumbrar a sus oyentes. Pero hablaba con un profundo convencimiento, consciente de la verdad que estaba transmitiendo; hablaba con un contagioso entusiasmo acerca de «nuestra hermosa vocación». Esto impresionaba a quienes lo escuchaban y suscitaba en ellos el deseo de unirse al pequeño grupo de Misioneros del Espíritu Santo.
Pero lo que verdaderamente atraía a los jóvenes, y los impulsaba a unirse a la naciente Congregación, era que en ese sacerdote de cejas pobladas y acento francés ellos encontraban a Jesucristo. Un Cristo vivo y palpitante; un Cristo que deseaba complacer a su Padre obedeciéndolo hasta el extremo; un Cristo que anhelaba salvar a todos y estaba dispuesto a entregar la vida; un Cristo por el que valía la pena dejarlo todo para seguirlo y colaborar con Él en la construcción del Reino.